Algunos textos…

Vamos mal, gracias a Dios…

En el lenguaje corriente de los que todavía hacemos exhibición de nuestras creencias, la expresión “Gracias a Dios” solamente la empleamos cuando nos referimos a algún hecho que nos causa satisfacción, pero la evitamos siempre que nos referimos a algo que nos produce contrariedad.

Cuando se nos pregunta por la salud, si nuestro estado es satisfactorio, solemos contestar:

—Estoy muy bien, gracias a Dios. Claro está que a esto es imposible poner ninguna objeción. La objeción se pone cuando uno está enfermo, y nunca se le ocurre contestar :

—Estoy muy mal, gracias a Dios.

Sin embargo, tanto los sacerdotes en su Misal gordo como los que exhibimos nuestro catolicismo con un Misal pequeño, en el Prefacio de cada Misa repetimos machaconamente estas palabras categóricas (que desafían cualquier exégesis casuística):

“Verdaderamente es digno y justo, debido y saludable que en todo tiempo y lugar te demos gracias, Señor santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, por Jesucristo nuestro Señor.”

¿Quién será capaz de encontrar una sola excepción a este absoluto “siempre y en todo lugar”?

Lo que pasa es que, después de leerlo tantas veces, todavía no nos habíamos enterado.

* * *

Lo que pasa es que, después de asegurar con juramento que creemos y afirmamos todo lo que la Santa Madre Iglesia nos enseña, nos quedamos tan tranquilos en la convicción de que ya lo hemos hecho todo para merecer el titulo de “hombres de fe”.

Pero una Encuesta rápida nos pone de manifiesto que nuestra fe no pasa de ser verbal, ya que cuando se trata de hechos (ahí está el verdadero acto de fe) nada nos diferencia de los incrédulos y paganos.

Esto explica el asombro (el “choque”, como se dice ahora) que produce entre la gente la presencia de un cristiano (lo mismo da que lleve sotana que chaqueta) cuya fe aparece en SUS obras.

-¡Este hombre cree verdaderamente lo que dice!… Ya ese si que lo toman en serio. En cambio, los de las “palabras de fe” sin actos nos desacreditamos a nosotros mismos y lo que es peor-desacreditamos y envilecemos la Religión que pretendemos servir…, a base de repetir palabras que están en los libros, pero que nunca trascienden en hechos de nuestra vida personal.

* * *

Lo que pasa es que la escala de valores prácticos que, inconscientemente, nos hemos construido no difiere de la de los paganos, y que puede enunciarse así :

“Todo lo que me agrada (o me conviene) es bueno; lo que no me agrada (o no me conviene) es malo.”

“Todo el que piensa y habla como yo, es bueno; el que no piensa ni habla como yo, es malo.”

¡Qué incómodo es buscar una justificación de esto en el Evangelio, donde desde la primera letra hasta la última enseñan todo lo contrario!.

-¡Ah!. ¿Sí?. Pues la solución es fácil y cómoda:

-¡Vamos a no leer el Evangelio!.

Y así estamos la grandísima parte de los que todavía encontramos alguna ventajilla en presumir de católicos a mediados de este divertido siglo XX.

Y nos sorprendemos, con los ojos muy abiertos, pero sin ver, de que nuestra religión cada día pierde posiciones.

¿Cuándo nos convenceremos de que nuestra religión es falsa (precisamente por ser “nuestra”), y que la única religión verdadera, la única que salva y que progresa, es la religión de Cristo?.

Lo que pasa es que, sin darnos cuenta (pecado de omisión), cada día avanzamos un poco por el camino desviado de querer que el cristianismo se vaya adaptando a las apetencias naturales de nuestra vida, en vez de avanzar por el camino de ir adaptando cada día más nuestra vida a las exigencias del cristianismo.

Y en vez de aspirar a mirarlo todo con los ojos de Dios, empleamos casi todos los esfuerzos de nuestra leve oración en pretender que Dios 1o vea todo con nuestros ojos legañosos.

Hemos invertido, una vez más, los valores.

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Lo que pasa es que todo es puro don de Dios, para su Gloria y para nuestro beneficio, que ¡oh milagro!, son una sola y misma cosa.

Todo es don amoroso de Dios (“todo es Gracia”!, que decía aquel): lo que me gusta y lo que me disgusta; el vecino simpático y el antipático; la salud y la enfermedad; el ganar posiciones y el perderlas, la vida y la muerte…

Todo, todo, todo, hasta los pecados que llevan al infierno, llega a mí como viático para glorificarle y acercarme más y más a Él, si lo aprovecho para despojarme de mi soberbia, que quiere instalarme en el centro del mundo, y en vez de canonizar mi miseria, coloca a Dios en el altar de mi corazón.

Pero con hecho, no con sólo palabras.

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Si a la Santísima Virgen le hubieran preguntado, las tres de la tarde de aquel primer Viernes Santo :

—¿Qué es de tu Hijo?

Seguramente habría contestado:

—Lo están clavando en una cruz, gracias a Dios.

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Los santos de la Iglesia nos dan todos este ejemplo. No sólo los mártires, que iban al tormento entonando himnos de alabanza al Padre porque les otorgaba el gran beneficio de parecerse al Hijo, sino que en todo tiempo la muerte del justo es una pura acción de gracias.

Si la HOAC marchara bien a los ojos del mundo, muchos “mundanos” vendrían a nuestras filas. No conviene.

Si la HOAC marcha mal a los ojos del mundo, que ve en ella los mismos fracasos que el mundo veía en Cristo, no se hace bien-ver de los poderosos: no son, dirán, más que cuatro desarrapados; no implantan el “reino”; no tienen “mano izquierda…”; pero la HOAC sufre persecución por defender la justicia…

¡Gracias a Dios!

(Boletín de la HOAC, núm. 113)