Hoja informativa 17 · 2018. Causa de canonización de Guillermo Rovirosa.
Guillermo Rovirosa decía que no es posible ser apóstol del mundo obrero si no se toman en serio los sufrimientos y deseos de los trabajadores. Es decir, si no se les mira con una mirada llena de amor y de verdadera misericordia.
Para llegar a esta convicción Rovirosa recorrió un sugerente proceso personal. El primer y principal paso fue sin duda su encuentro con Jesucristo. Él mismo lo cuenta de esta manera: «El empujón decisivo que me hizo caer de rodillas me lo dio San Agustín al hacerme entrever la humildad de corazón de Jesús. Aquello fue decisivo. Aquella maravilla no habría podido salir nunca de ningún hombre, por extraordinario que fuese. ¡Jesús era Dios! ¡Jesús es Dios! Fue un deslumbramiento que trastornó toda mi vida, a pesar de que externamente hubiera poca variación. Todo tomaba un sentido maravilloso y nuevo, tanto las cosas grandes como las pequeñas» (ROVIROSA, Guillermo, El primer traidor cristiano: Judas de Keriot, el Apóstol, Obras Completas, Tomo I, pág. 524).
Pero hay otro paso muy importante en su proceso de conversión a la fe cristiana. También lo cuenta el mismo Rovirosa. El año 1939, nada más terminar la Guerra Civil, a causa de una denuncia contra él, fue encarcelado. El motivo de su condena no era otro que el haber sido presidente del Comité Obrero, por elección de sus compañeros, de la empresa en la que trabajaba. Esta experiencia de pasar casi un año en prisión marcó una orientación en su vida: mirar con especial misericordia a los que sufren.
En la cárcel vio y sintió el triste destino de aquellos militantes obreros, honrados a carta cabal. Con ellos convivió durante doce meses. Aquella experiencia le ayudó a unir su amor a Jesús y su amor a los trabajadores. Años después Guillermo Rovirosa escribió estas palabras: «La prisión fue para mí la escuela que me faltaba, y doy por ello siempre gracias a Dios».
La vida de Guillermo Rovirosa fue en adelante una entrega, una «ofrenda» al Señor en el servicio al apostolado obrero. Primero como vocal social del Consejo de Acción Católica de Madrid y después como promotor de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), movimiento especializado para la evangelización del mundo obrero y del trabajo. Los últimos dieciocho años de su vida, dejando incluso su trabajo asalariado, los dedicó exclusivamente a los trabajadores, a su promoción y evangelización.
En su entrega al apostolado obrero experimentó más profundamente el amor y la misericordia de Dios, a pesar de ser muy consciente de sus traiciones y miserias. «Cada nuevo descubrimiento de mi traición y miseria trae consigo un nuevo descubrimiento de la verdad del Amor infinito de Dios y de su misericordia, sintetizados en este hecho: Jesús me ama con locura» (Ibídem, pág. 554).
Guillermo Rovirosa ofreció su vida al servicio de los trabajadores. El amor a Jesús y a los trabajadores en sus condiciones objetivas de vida y trabajo fueron el norte que orientó ya toda su existencia.
SUS ESCRITOS
«¿Quién fundó la HOAC? Jesús fue el iniciador. Siendo Dios se hizo obrero, vivió entre obreros y escogió como jefes de la Iglesia a unos obreros.
La historia hoy se repite. Hace veinte siglos se desconocía la dignidad esencial de todo hombre, y el trabajo era lo más vil y despreciable. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, conquistó para todo hombre la posibilidad de llegar a ser hijo de Dios; ante Dios no hay pobres ni ricos, sabios o ignorantes, hermosos o feos. Ante Dios solo cuenta ser justos o injustos. Pero al hacerse Hijo del hombre, Jesucristo pudo escoger su cuna. Y nació en casa del artesano de Nazaret, viviendo en ella treinta años…, sin historia. Como cualquier obrero honrado» (ROVIROSA, Guillermo, Obras Completas, Tomo III, pág. 442).
«Jesucristo vivió la vida ordinaria de un trabajador, exactamente igual que nosotros, durante treinta años…, ennobleció el trabajo… Jesucristo formó el Colegio Apostólico a base de trabajadores» (ROVIROSA, Guillermo, Obras Completas, Tomo IV, pág. 361).
TESTIMONIOS
«Judas es sin duda el mejor libro de Rovirosa. Esta indiscutible primacía es debida a su capítulo quinto: Judas y yo. No solo porque en él traza, siquiera a grandes rasgos, su autobiografía, sino porque nos descubre, quizás sin apercibirse de ello, los aspectos más profundos de su vida cristiana. A quienes hemos tenido la dicha de convivir con Guillermo Rovirosa y de apreciar la transparente sinceridad de sus palabras, la lectura de este capítulo nos da la clave para descubrir el auténtico sentido de tantas frases suyas dejadas caer como descuidadamente, de tantas reacciones aparentemente espontáneas, pero que nos llenaban de admiración por su carga de lucidez y de sentido cristiano y que nos hacían entrever un misterio de gracia en el fondo de su alma tan humana.
Fue siempre un hombre sincero, honrado, leal. Cuando descubrió a Jesucristo, le amó y quiso servirle apasionadamente en la persona de sus hermanos más necesitados: trabajó incansablemente en la Acción Católica y en el apostolado obrero.
Quisiera que estas sencillas líneas de presentación fuesen un homenaje personal de afecto y veneración al añorado amigo Guillermo Rovirosa, uno de esos hombres ante cuyo recuerdo se experimenta el gozo de haberlo conocido y la pena de no haberlo tratado con más frecuencia e intimidad».
(Gabriel Mª Brasó, abad coadjutor de Montserrat. Prólogo al libro El primer traidor cristiano: Judas de Keriot, el apóstol de Guillermo Rovirosa, 1965).
ORACIÓN
Padre, tú llamaste a Guillermo Rovirosa,
le mostraste la grandeza de tu amor, manifestado en Jesucristo,
el obrero de Nazaret entregado hasta la muerte y resucitado,
y lo enviaste como apóstol al mundo obrero.
Concédenos vivir, con su misma coherencia,
el bautismo que nos ha hecho hijos tuyos,
de modo que en el trabajo de cada día
lleguemos a transformar la sociedad según tu voluntad
y a transmitir la alegría de la fe a nuestros hermanos.
Te pedimos, por su intercesión,
ayuda ante la necesidad que te presentamos (…)
y el gozo de agradecértela con un mayor compromiso
a favor del amor y la justicia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
(para uso privado)
Con licencia eclesiástica, de conformidad con el decreto de Urbano VIII
Hoja Rovirosa nº 17 castellano